Noticias País, Santo Domingo, República Dominicana.“Me quité los tenis y los puse de almohada”. Con esa imagen tan desgarradora como reveladora, José Alberto Rojas Peralta, conocido como Kiko El Crazy, rompió el silencio sobre los días más duros que enfrentó en plena pandemia.
Corría el año 2020, y mientras el mundo se encerraba, él lidiaba con un encierro más íntimo: el de la escasez, la desesperanza y el hambre.
Sin cama, sin nevera, con una hija recién nacida y sin un solo peso en el bolsillo, Kiko dormía en el piso de un cuarto vacío, aferrado a la promesa de no volver a caer.
Kiko El Crazy
Lo narró con voz firme durante una entrevista que se viralizó por la crudeza emocional de su testimonio. “De aquí tengo que salir como sea, pero de rodillas no vuelvo”, se dijo entonces.
Esa determinación marcó el inicio de un ascenso inesperado que hoy lo posiciona como uno de los artistas urbanos más influyentes de la República Dominicana.
Antes de alcanzar el reconocimiento, Kiko El Crazy conoció la burla, el rechazo y el sabor amargo de empezar desde cero. Fue parte del grupo Los Pepe, pero su estilo irreverente y sin filtros lo llevó a tomar rumbo propio
“Decían que yo estaba loco, pero esa locura era mi estilo”, confesó, dejando claro que su apodo no es casualidad, sino una afirmación de identidad.
El momento que cambió su historia llegó con una palabra: “La pámpara”. Lo que comenzó como una expresión callejera se convirtió en un fenómeno viral, catapultándolo a la fama y abriendo puertas que antes parecían cerradas.
Con cada presentación, colaboración y contrato, Kiko empezó a escribir una nueva página en su vida, una que dejaba atrás los días sin comida y las noches sobre el cemento.
En menos de dos años, pasó de no tener ni para pañales a manejar millones. Con disciplina y visión empresarial, cerró giras en Europa, firmó campañas publicitarias y colaboró con grandes nombres del género urbano.
Pero su primer gran gasto no fue un carro ni una prenda de lujo: fue una casa para su madre. Luego vinieron su propio apartamento, un estudio de grabación y otros logros materiales que consolidó sin perder la cabeza.
“No me volví loco con los cuartos”, afirmó, subrayando que el recuerdo del piso frío aún lo mantiene enfocado.

Para Kiko, la riqueza no se mide solo en cifras. “La libertad de poder elegir con quién trabajar y de ayudar a los tuyos, eso no tiene precio”, aseguró.
Aunque su realidad ha cambiado, no olvida sus raíces. Sigue bajando a los barrios, mirando a los ojos a los jóvenes que, como él, sueñan con una oportunidad. “Muchos de ellos están hoy como yo estuve: rotos, pero con hambre de gloria”, repite.
Hoy, Kiko El Crazy no es solo una figura del entretenimiento. Es testimonio vivo de que la adversidad puede convertirse en impulso, y que el talento, combinado con perseverancia, tiene el poder de transformar cualquier historia.